Antonio y Cleopatra, última tragedia de amor de Shakespeare, es la única en la que el tema amoroso está fatalmente ligado a la lucha por el poder. La acción se despliega en una continua alternancia entre Roma y Alejandría como extremos opuestos del mundo antiguo y símbolos del conflicto de Antonio entre su deber romano y su pasión egipcia.
Escrita hacia 1607, parece que en ella Shakespeare se hubiera propuesto enfrentarse a las tendencias neoclásicas ya iniciadas en su época y desafiar la racionalidad de lectores y espectadores. Pues, si osado es el amor de los protagonistas, el estilo y la estructura de la obra no lo son menos. Sea o no, como se ha sugerido, una obra experimental, Antonio y Cleopatra es sin duda diferente, y no es de extrañar que se la haya llamado la tragedia gozosa de Shakespeare: no lloramos la pérdida trágica que nos presenta, sino que su final nos agrada y satisface.
Fue Coleridge el primer poeta que se sintió hechizado por el estilo de Antonio y Cleopatra, singularmente por la audacia de sus aciertos expresivos. Sin embargo, hubo que esperar al siglo XX para que sea generalmente reconocida: T.S. Eliot la proclamó, con Coriolano, el mayor logro artístico de su autor, y, según Harold Bloom, si alguien quiere ver lo que Shakespeare era capaz de hacer, y en una sola obra, lo puede encontrar en ésta.